jueves, 31 de enero de 2013

Querido Diario B

Hoy he estado reflexionando mucho. Tengo 11 años y me pongo el despertador, en la habitación del fondo está mi madre con la que vivo sola en mi casa. Hoy no se puede levantar, está enferma tras un brutal tratamiento de quimioterapia, tengo sueño y son las 7 de la mañana de un día de noviembre, pero hago de tripas corazón y me preparo el desayuno, unas tostadas y un colacao, antes de volver a mi cuarto para vestirme. Me da igual la ropa que me pongo y salgo a la calle con llaves, el bono mensual, y la mochila del colegio.
Bajo en el ascensor y me encuentro con la vecina ''está bien'' miento, y nos despedimos con las formalidades con las que se despiden las personas en una caja metálica marcadas con el desastre. Fuera hace un frío de esos que hielan la sangre, me da igual y subo la cuesta de mi calle hasta otra más grande, giro en la esquina de la patatería y avanzo a buen paso, aún de noche, por las verjas del parque hasta la iglesia. Una vez allí cruzo la calle para llegar a la parada desde donde comienza su ruta el autobús 143 que me llevará al colegio.
Al fin abren las puestas, por lo menos ahora estaré calentita y sentada que la mochila pesa lo suyo, me siento en mi asiento preferido sin saludar al conductor con cara de mala leche de todas las mañanas. En el trayecto repaso matemáticas y cuando llego a mi parada me bajo. Emprendo el camino hasta mi colegio atravesando un parque hasta llegar al portalón rojo.
No tengo muchos amigos, y en clase se meten conmigo bastante, así que me limito a saludar a dos de mis compañeros (el ''chico gay'' y la ''chica gordita'' del curso). Suena el incómodo timbre que nos llama por las mañanas y entro en el aula de primero A, estoy en el primer curso de la E.S.O. Matemáticas, lengua, química y recreo. Otras tres horas de clase y dos horas para comer en las que me quedo sola en el patio soportando los empujones de los chicos en la fila del comedor, ya que mis dos amigos comen en sus casas y no me queda otro remedio que pasar dos horas sola sin hablar con nadie. El tiempo termina y es hora de volver al aula. Dos horas más y a casa. Llego cansada y me pongo a leer, hacer deberes o ver algo la tele hasta que es la hora de cenar, mi madre ha hecho una ensalada de pasta para mi, pero ella no tiene hambre y solo se toma un yogurt desnatado. Acaba El Intermedio y me voy a mi cuarto, dejando a mi madre con la cabeza brillante y su bata verde pistacho decorada con un lazo rosa que encontré en calle fumando en el salón. No está fumando tabaco, si no otra cosa, que le ayuda a soportar el tratamiento.
Me voy a dormir, pero tardo un rato antes de lograrlo.
Mañana me espera otro día igual. Levantarme sola, el frío en la parda del autobús, la frustración en clase... tengo 11 años y así en mi día a día. Hundo la cabeza en la almohada y la abrazo imaginando que es un chico que viene a rescatarme y me duermo con la mente llena de historias que yo misma me invento.


Abro los ojos, otro día igual: Voy a la cocina y desayuno sola, me lavo los dientes y me visto. Salgo de casa y cojo el bus 143, sola, me reencuentro con mis dos amigos y siento la suciedad en el ambiente, los insultos y las risas hacen que confirme que es real. Mi madre está en cama y yo no hago más que decepcionarla... tengo que estudiar más, pienso, pero soy demasiado vaga y suspendo. He dejado cuatro y solo voy a primero, eso está mal. Tres horas de clase, recreo y bocadillo, otras tres horas. Dos horas para comer en las que estoy sola y dos horas mas hasta volver a casa donde juego a la DS y leo antes de cenar e irme a acostar, dejando a mi madre con su bata verde fumando en el salón. Me voy a dormir, mañana será igual, pero hoy mi imaginación me lleva a un mundo alternativo en el que yo soy una agente especial del ejército y salvo a mi clase de uno de esos chicos americanos locos.



Vuelve a sonar el despertador a las 7:00, como siempre...

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