lunes, 4 de febrero de 2013

Miriam. (4)

HEY DO! Que tal todo? Sabes una cosa? El sábado tengo una primera cita y estoy muy nerviosa :S Ante todo porque nunca he tenido una ''cita'' como tal. Lo peor ha sido ir a contárselo a Jack y que me diga que si no quiero asustar a la pobre chiquilla que esté tranquila y sea yo misma... tranquila y ser yo misma no son incompatibles XD
Volviendo al tema que nos interesa: La historia de Miriam.  ESTÁ AVANZANDO! Ya es la historia con más entradas que he publicado (aún que sospecho que Cry Angels es bastante más extensa)) y estoy feliz por el comentario de Álvaro :3 el primer comentario! por fin! en fin... sigamos con la historia por donde la dejamos:
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De aquellos tiempos quedaba en el salón un enorme piano negro de cola, con las teclas usadas, pero igualmente lujoso. Cuando Miriam y su padre se sentaban uno junto a otro, y tocaban una de las partituras de Bagch, su compositor más amado, la manzana entera quedaba en silencio para escuchar a los dos prodigiosos de la música, padre e hija, tocando al unísono en una melodía que fundía las notas de los dos en una deliciosa armonía. Así es como, no tardaron los vecinos en llamar a la vivienda, ''La casa de los pianistas'' y, poco después del octavo cumpleaños del niño, Federico colgó en la entra del muro principal una placa de cerámica que daba nombre a la casa: ''Jardines de los Pianistas'', un nombre algo cursi para el gusto de los hombres de la casa, pero que al padre y a María encantaba.
En el fondo, Federico era un hombre bueno, atormentado por hacer el bien. Sin embargo María era bastante peor, conservadora y callada, manejaba a su marido con la moral de la Bilbia, la cual ni siquiera se atrevía a leer sin el consejo de un hombre a su lado. No obstante, cuando sonaba el piano y hasta los perros y bebés callaban para escuchar, alzaba la voz y cantaba, segura y hermosa, con su hijo entre los brazos de pie en mitad de la sala con una voz cristalina y poderosa...profunda. De esa María es de la que estaba enamorado el padre de Miriam, de la mujer atractiva en la que se convertía sin quererlo, sin darse cuenta esa voz transformaba todo su ser haciéndola un ser tremenda y profundamente atrayente, absorbente... un ser completamente erótico, Venus en la Tierra, una sirena que acallaba a todo el vecindario con una voz que inundaba y llenaba cada espacio de cada calle, cada esquina, cada farola. Solo entonces, se despojaba de su religiosidad y sus modales cabizbajos de su sumisa existencia. En definitiva tenía una de esas voces que valdrían tanto para el escenario de una ópera como para el coro de una iglesia. De hecho, así es como se conocieron María y Federico: en la iglesia. El tocaba el órgano, arreglaba el piano de pared de su casa, y ayudaba al párroco todas las tardes después de misa, por eso el hombre se enamoró de esa María, la María viva que cantaba y rezaba, que compartía sus creencias, la del pelo de fuego y los ojos verdes... muchos años después de casados seguían siendo felices.
Sin embargo, la delgada mujer parecía un fantasma andando por la casa entre los gritos de los niños, siempre vestid con trajes de colores crema con el torso encorsetado y faldas ligeras faldas largas sin volumen pero con vuelo. Nunca hablaba de política, ni de religión, ni de arte o cualquier otra cosa, tampoco hablaba bajo ningún concepto de economía, ya que eso eran para ella cosas de hombre y en cuanto alguien hablaba de negocios con su marido ella buscaba cualquier excusa para retirarse de la sala. Pálida, delgada y rubia, prototipo de belleza con ojos entre verdes y atigrados, labios finos y pelo liso. Los años sólo a hacían más hermosa aún y las pequeñas arrugas formadas entorno a su cara y sus ojos le daban una expresión dulce, o más bien de sumisión. María no tenía demasiados pechos y cómo se había pasado la mayor parte de su vida adulta amamantando hijos todos sus vestidos eran holgados a la altura de estos. Su voz era suave, no sonaba cansada nunca a pesar del trabajo que acarreba cuidar y criar a tantos hijos.
La madre de Miriam era muy inteligente, sabía de medicina tradicional y era la que cuidaba del huerto medicinal de la casa y de todo el barrio, ya que todas las mujeres (y hombres) acudían a La casa de los Pianistas a pedir consejo para los dolores del embarazo, heridas o fiebres. Sin embargo nunca había querido leer ni saber de matemáticas ya que tenía la firme convicción de que eso eran cosas de los hombres de la casa,. Era una gran persona aunque al igual que su marido trazaba su ética según los mandatos de la Bilbia y era de aquellas mujeres que aún acudían a la iglesia con la cara cubierta y sin mirar al cura a los ojos a la hora de comulgar. Justamente esta práctica fue la que hizo que renegara de Miriam de manera definitiva: El hecho de que se presentase en la Casa del Señor vestida de hombre en lugar de arreglada con repipis trajecitos florales y zapatitos planos le pareció, simplemente, indignante

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