miércoles, 6 de febrero de 2013

Miriam. (5)

WooooooW DO! ¿has visto esto? estoy escribiéndote regularmente... merezco un aplauso ^^ la cita fue cachipitachi aunque no pasó nada :D
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Sin embargo María continuó asegurándose de que la educación de su hija fuese la de una perfecta esposa. Cuidó mucho de vigilar a Pilar para que la enseñase a coser y cocinar y así, decía, de paso se costeaba el vivir en esa casa que no era la suya. No es que la madre de Miriam fuese mala persona, es que simplemente creía firmemente que esa era la actitud correcta y más ética. Enseñaba a sus hijas a perfumarse, a peinarse y a caminar con la barbilla erguida y la espalda recta y en lo que más insistía era en modular la voz, siempre suave y nunca elevada por encima de otras, debía ser ante todo agradable de escuchar y una mujer hermosa  debería de poder mantener una conversación correcta por muy joven que fuese.
Estas cualidades de mujer callada, hermosa y educada a la par que discreta hicieron que siembre fuese una mujer popular allá donde fuese, los hombres la querían para si y las mujeres ser como ella, pero por alguna irracionalidad del destino María se enamoró locamente del joven tres años mayor que ella que tocaba el órgano en su iglesia. Y el se fijó en ella casi desde el primer momento. Bueno, en realidad primero se fijó en su hermana mayor, Sindia, pero en cuanto un domingo al salir de misa acompañó a las dos jóvenes a su casa ya fue inevitable que se enamorase y casase de la hermosa y correcta María, la de la voz de ángel y los ojos de Venus.
El barrio en el que vivían era una pequeña urbanización perteneciente a Al-Sófobi, una ciudad unida a la gran metrópolis de Állodox, casas de familias numerosas hechas de manera y piedra con enormes vigas desnudas en los balcones y algún tipo de piedras blancas en las fachadas. Miriam había vivido en aquella casa desde que nació, hacía once años, tenía dos pisos más la boardilla y un sótano. Además en el patio había un lago de patos, una pequeña huerta, una piscina, un gran álamo y un campo de fútbol. En la zona de la ciudad en la que estaba la casa la mayor parte de las viviendas eran así, la gente vivía ajena a las idas y venidas de las urgencias de los transeúntes de Állodox o incluso del centro de Al-Sófobi, en las calles apenas pasaban coches, solían ser carros tirados por burros o incluso algún que otro caballo despistado de su lugar. En la calle donde estaba La Casa de los Pianistas había varias casas desiguales, grandes, y de madera con fachadas muy claritas. Si seguías caminando, rodeando el jardín trasero y alcanzando una pequeña placita con el suelo de arena, llegabas a la zona más pobre de la ciudad. Más adelante llegabas a la zona rural, y si aún caminabas más en la misma dirección podías ver incluso los campos de cultivo.
Sin embargo, si decidías tomar el camino que continuaba por la parte delantera de la casa, torciendo la calle de Miriam hacia la derecha y cruzando un par de pequeñas callejuelas llegabas a La Avenida del Mercado.
Un río cruzaba por el medio de la calle, como si fuese una de las carreteras asfaltadas por donde cruzaban la ciudad los metálicos coches de Állodox. En este lugar estaban las tiendas de ultramarinos, los sastres, los perfumeros y farmacéuticos  el carnicero... todos superpuestos unos al lado de otros en pequeñas tiendas de los humildes tenderos. En la acera se apelotonaban los puestecitos de mercaderes que vejaban a través de las ciudades y pueblos colindantes a Al-Sófobi. El niño era completamente feliz en este lugar, se mezclaba con la gente y nadie se fijaba en el, nadie le miraba raro en una avenida siempre tan abarrotada de clientes.
Siembre estaba llena de nuevos sonidos y olores, provenientes de los puestos donde se vendían instrumentos de viento y especias exóticas para la ropa o la cocina. Los colores también eran nuevos cada día, los colores de las telas que las mujeres compraban para hacer desde vestidos hasta cortinas, los de los banderines colgados de las cuerdas de tender que cruzaban la calle de acera a acera aportando luz y vida a la ciudad. También cambiaban cada día los mercaderes que vendían comida ya cocinada en puestos hacia el final de la calle, meriendas dulces y saladas calientes el ollas de metal gigantes que servían a la gente en recipientes de barro barato, chocolate o caramelo caliente con algún bollito tierno de canela, con eso un joven Miriam volvía contento (y con la boca y la ropa manchadas) a casa siempre que acompañaba a su madre o Pilar a hacer algún recado.

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