sábado, 25 de mayo de 2013

Miriam (11)

HOLA DO! hace puff que no hablamos, eh?, pero es que he estado (y estoy) ejerciendo de enfermera pokemon con mi padre y un par de colegas, los exámenes y para que negarlo, la vagancia pura y dura jajaja.. bueno, he aquí la decimoprimera entrada sobre Miriam. No cuenta mucho, pero espero que te guste. Gracias Diario, por permitirme contarte todos los maravillosos mundos que hay dentro de mi cabeza.
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La mañana siguiente amaneció apacible y tranquila en Al-sófobi, mientras los carros de heno recorrían algunos de los callejones de la ciudad campera. Apenas había amanecido y Pilar ya llamaba, con ayuda de la cocinera, uno a uno a los habitantes de la casa, y por supuesto a los invitados: La familia de Jimmy, quién despertó de un salto cuando si tía abrió la puerta de súpeto. Alarmado como estaba, tardó unos segundos en recordar donde se encontraba, y sin demasiados miramientos salió de la habitación buscando a alguien que le indicase donde se encontraba el baño, con el pelo revuelto y la camisa del día anterior arrugada. Se había quedado dormido antes si quiera de poder buscar su ropa para dormir. 
Al verlo con tales pintas la hermana de su madre le acompañó hasta su propio cuarto, en donde a un lado de la habitación había un pequeño cuarto de baño, que solo tenía una gran esfera de un material blanco fijada a la pared, de donde salían un par de tubos de bronce y un retrete bastante feo. No parecía que los dueños de La Casa tuviesen algo mejor que el espejo de metal que había enfrente de la palangana maciza. 
Con ayuda de una toalla (cortesía de su tía) el joven se aseó como pudo, lejos de la comodidad de las duchas que el tenía en casa. Por lo menos había agua caliente... no estaba tan mal. Se empapó un poco su revoltoso pelo negro y salió de nuevo al pasillo, para buscar algo de ropa limpia y a sus hermanas, que no tardaron mucho en estar listas también. Esta vez los cuatro habían decidido ponerse ropa cómoda, pero algo más formal, ya que el día anterior habían vestido con prendas de viaje, algo más resistentes y con peor olor. Jimmy no supo muy bien que hacer con la ropa sucia, y decidió doblarla y ponerla encima de su cama. Ya preguntaría más tarde. 
Una vez hubo vuelto al pasillo y todos los hermanos se reunieron bajaron al salón a desayunar, pero no había nadie. De casualidad pasaba por allí Marisa, con un tapete nuevo para colocar bajo el candelabro de plata situado en el centro de la mesa de cenas, de una preciosa madera oscura tallada con delicadas escenas con apariencia religiosa. Inés se fijó en ese momento, pues la noche anterior había permanecido tapada por un mantel, para impedir que se dañase de alguna manera su superficie.
-Chicos, ¿Que hacéis aquí? Los Señores empiezan a impacientarse -dijo la criada, tras el susto de haberse encontrado a cuatro chicos y un bebé tan temprano en la Casa.
-Estamos listos -respondió Inés esta vez- pero no sabemos donde debemos ir. Aquí no está más que usted.
-Todos están en la sala de la Galería, esperad, os acompaño.
Y con gran resolución la mujer de mediana edad, con el pelo negro atado en un tirante moño que dejaba ver algunas canas tempranas en su cabello, depositó las telas blancas encima de una mesita auxiliar, próxima a un par de sillones grandes y mullidos tapizados en tela con entrincadas cenefas sanguina, doradas y marfil, que estaba situada a la entrada del comedor. Tras pedirle amablemente a los chicos que la siguiesen, les condujo atravesando la entrada y un pasillo que había a continuación, no muy largo, que daba a una puerta de madera bastante grande. 
-Adelante, pasad, el desayuno está servido -dijo Marisa, abriendo la puerta e indicándoles que entrasen al interior de la sala.
-Muchas gracias señora -respondió Inés a su vez, mientras sus hermanos hacían un gesto de aprobación a sus palabras.
La repentina claridad de la instancia cegó momentaneamente a los jóvenes, quienes enseguida se acostumbraron a la luz y pudieron ver donde estaban. Era una sala amplia, con tonos muy modernos para la época y el lugar. Había una mesa estrecha y alargada, cubierta con un tapete blanco, donde había comida caliente lista para consumir. Detrás de ella una vidriera hacía las veces de pared, la cual daba a una pasarela acristalada que permitía el acceso al pequeño jardín, cuidado y con un frescor veraniego extraño en aquella época del año. El sol atravesaba el material transparente, impertinente, deslumbrando a los invitados y calentando sus caras  caras adormiladas. Cuando entraron en la sala todos, pudieron ver como al fondo, en la pared opuesta a la galería, una plataforma de madera estaba ocupada por un piano negro de cola, bastante caro. Un hermoso lugar, espacioso y moderno, muy luminoso. A la pequeña Julia le encantó, y tras un par de saludos cordiales, tomo asiento en una de las sencillas sillas que había entorno a la mesa.

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