lunes, 16 de junio de 2014

Miriam (15)

WOLAS DO! Una vez más aqui estoy... publicando sobre Miriam, ya estoy entusiasmada otra vez a pesar de la aparición de una nueva historia de FICCIÓN sobre una periodista que trata de descubrir la vida de su madre, gracias a los documentos que sus amigos le facilitan, pues la madre de la joven falleció cuando esta solo era una niña. Una vez hecho este pequeño adelanto, aquí va, la entrada número 15 de nuestra historia preferida: Miriam.
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Una vez dentro las estatuas y las imágenes de la Virgen y de Jesús abarrotaban la sala, olía a incienso y a cera quemada, pero también a arena y a los niños que jugueteaban en la plaza. Había un par de bebés que lloraban al fondo, en los últimos bancos de madera, y sus madres en pié, trataban de consolarlos mientras escuchaban lo que el Padre Vidriera debía decir ese domingo, pues continuaba con el discurso del anterior. Esta vez explicaba los peligros de colocarse ante los pecados, en el pequeño Misalito que Julia sostenía entre sus piernas, una edición de exquisita belleza que Helen se esforzaba por leer, marcaba el texto como temática para un Jueves, sin embargo el Padre Vidriera, un hombre apacible, mayor y regordete con buenas intenciones, parecía preferir seguir su propio camino. Cuando María vislumbró por primera vez el cuidadoso encuadernamiento de las hojas atrajo hacia sí el libro, para verlo más de cerca antes de devolvérselo a pequeña. A pesar de ello el párroco leyó en voz clara y segura un fragmento de Evangelio.
Otra de las cosas que más había sorprendido a la señora de la casa era que los niños poseyesen una Bilbia, en Al-Sófobi era imprescindible pedir permiso al Párroco para acceder a estás, y sin embargo tanto Helen como Julia tenían las suyas propias. Según les explicaría más tarde Pilar era por la sencilla razón de que en la ciudad esta norma no existía, pues para poder acceder a la Sagrada Comunión era recomendable leer pequeños versículos del Libro Sagrado. Federico razonó, sin embargo, que la razón por la cual el si era dueño de varias copias era que, al haber comenzado los estudios de religioso si había podido comprar varias. A eso se le sumaban regalos que había recibido como luttier y a su buena relación con el Padre Vidriera, que de vez en cuando le obsequiaba con algún ejemplar. En conjunto habría cerca de doce bilbias de todo tipo de tamaño, calidades y tamaños en La Casa de Los Pianistas y el propetario permitía la lectura de todo aquel vecino que lo precisase, siempre y cuando estas no saliesen de la Casa, pues además de no estar bien visto y ser un tanto ilegal, corrían peligro de ser robadas o estropeadas, dado que la rareza de estos escritos inflaba su valor a niveles insospechados.
El Padre Vidriera, por su lado, era un hombre algo arisco y bastante conservador, a pesar de ser bastante joven. Unos años antes había substituido al anciano párroco, del cual Miriam recordaba haber llamado ''fósforo'', por su gran parecido a una cerilla: Delgaducho y alto, vestido de negro y coronado por una mata de pelo blanco y grasiento, pegado a su frente arrugada. Era un hombre desagradable que olía a vinagre, (como los mendigos de mi tierra, solía decir Pilar), y era quien había preparado a toda la familia para la catequesis y la Primera Común Unión, para desgracia de estos. Por el contrario en nuevo Padre era un señor de mediana edad, que conoció a Federico primero en la escuela, y más tarde en el seminario, y desde entonces entablaron una amistad bastante estable.
La cenas en la Casa de los Pianistas eran frecuentes con Vidriera, todos los niños del pueblo lo conocían y lo respetaban pero, tal vez, la relación con Miriam fuese diferente, pues ni la religión había conseguido que el niño se portase como una persona de su sexo. Pero no por ello María dejaba de tenerle en muy alta estima. le adoraba, y siempre que había ocasión le invitaba a casa para agrado de su marido, que no solo tenía a un amigo, si no que también tenía la ocasión de charlar con un experimentado religioso.
Aquella noche no ocurría nada extraordinario, sin embargo, Federico decidió hacer llamar al Padre, para que este conociese a los nuevos inquilinos y, de paso, la nueva situación de la vivienda, pues era imprescindible que Vidriera diese su aprobación: tantos chicos jóvenes bajo el mismo techo, sin ser de la misma familia, podían suponer un problema y desatar habladurías en el pueblo, algo muy poco conveniente para un puesto de alto nivel como el que el padre de Miriam ocupaba. Federico era un hombre con una reputación impoluta, al igual que su familia, y no podía ser de otro modo. Un escándalo como la llegada de los Basketville podría arruinar su prestigio social, y eso no traía más que dificultades.

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