viernes, 18 de enero de 2013

Miriam. (1)

HOLA DIARIO! que tal te va la vida?.. a mi me va bastante bien, pero he retomado eso de la lectura y me está motivando a escribir mas. Hoy es viernes por la tarde y como está lloviendo, los vagos de mis amigos no quieren quedar, consecuencia de ello estoy en mi cuarto con un disco de Eminem ( The Eminem Show ) que compré en La Metralleta la última vez que estuve en Madrid.
Hace poco, ayer mismo, en realidad, que me he terminado un magnífico libro llamado Mil Soles Espléndidos... si quieres un día te cuento de que trata. Pero te recomiendo que lo leas, Do, es sobre dos mujeres Afganas, en dos décadas diferentes, que ven como empiezan y acaban las guerras actuales, así como la situación de las mujeres. El caso es que una de las mujeres se llama Mariam (pero yo me he empeñado en llamarla Miriam) y ahora me estaba leyendo un libro ''prohibido'' por mi padre a escondidas. Esta situación me ha impulsado a una historia que no se de que va a ir... pero se que se va a llamar así, Miriam, y se como va a empezar.
Sin hacer más el ganso, comienzo a escribir:
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Miriam era una niña traviesa, pero muy inteligente, lo bastante como para saber que en aquel lugar a las niñas se las quería menos que a los niños. Por eso, con cinco años, se corto el pelo y se vistió con ropa de chico de su hermano pequeño. No había ido muy lejos antes de que su padre la alcanzara a dos calles de su casa, pero aquella experiencia le valió de lección, y nunca más permitió que le creciese el pelo o la vistiesen como a una chica.
La niña creció detrás de un balón, apaleando perros, y haciéndose heridas en las rodillas. De puestas para fuera, era un chico normal, delgado y travieso, pero en casa sus padres le habían retirado la palabra. Acudió a la escuela primaria y era una estudiante mediocre. Sus amigos llamaban al muchacho Miriam, ya que ella les había dicho que era un nombre válido tanto para chicos como para chicas.
Pero todo esto carece de relevancia en la historia, por lo que a parir de ahora, trataremos al Miriam de el.

El chico estaba leyendo un libro prohibido por su padre, un hombre religioso que nunca llegó a ser cura, pero si monaguillo, y todos los domingos asistía a misa. El libro era un gran tomo, con tapas viejas y gastadas, y letras doradas, sobre un fondo de piel lisa de un color oscuro. Lo que le atrajo del libro a Miriam, fue la prohibición, y las dimensiones similares con el libro que su padre tenía a buen recaudo en su mesilla, y al que apenas había logrado echar mano.
En las enrevesadas letras se podía leer El Corán, al igual que en el libro de su padre se leía La Sagrada Bilbia. El libro que Miriam estaba leyendo se lo había dado su comadrona, que ahora que sus padres y hermanos le rechazaban, se había convertido en su madre y se había quedado en su casa a vivir, como cocinera y niñera. Para el gusto de Pilar, como se llamaba la mujer de unos cuarenta y muchos años, su madre, María, era una máquina de parir hijos desde los ventipocos años.
Ahora Miriam rondaba los once años, y su madre los cuarenta recién cumplidos. Tenía ocho hijos aparte de Miriam, cuatro más mayores y otros cuatro más pequeños, incluyendo a el bebé, y sin incluir al que venía en camino. La amistad entre el muchacho y la comadrona venía de seis años atrás, el día que se escapó de casa, cuando Pilar intervino para defender al pequeño, que lloraba desde la esquina con el pelo mal cortado. Esa noche su padre renegó de su descendente, y desde entonces Pilar era la que hacía el papel de madre, también de puertas hacia fuera de la casa.
Los abuelos de Pilar eran musulmanes, pero ella era católica, aunque de una manera infinitamente más moderada que su padre, quien la enseñó a rezar y hasta los cinco años la llevaba a la iglesia. Desde aquel día de Primavera en el que se escapó disfrazada, era su comadrona la encargada de hacerlo.
El y Pilar pasaban noches enteras hablando, de Dios y de Jesús, y ella le contaba las historias del Libro Sagrado. También fue la que le habló del Corán y su origen... y el quedó prendado de esa cultura. Todas las noches rezaban juntos, y la mujer le despedía diciendo ''Buenas noches, abejilla'', Pilar era la única persona a la que Miriam le permitía que le tratase de ella. El muchacho, que cuidaba de sus hermanos pequeños, y que lo querían mucho, ayudaba a su madre adoptiva en la cocina y a las tareas de la casa, entre los juegos con los niños y la escuela.
Como Pilar no sabía apenas leer, Miriam jugaba a ser profesor, y hasta le ponía exámenes (con las mismas preguntas que le había hecho el maestro a el durante el día) de vez en cuando. Así, poco a poco, la mujer mayor aprendió a leer y a multiplicar, mientras el muchacho aprendió las cosas cotidianas de la vida y las leyendas y canciones populares que le cantaba. Algunos días, Pilar le pedía que le leyese algún libro, aunque no supiese de que trataba, y se quedaba dormida a su lado. Entonces el la tapaba y se dormía también. Cuidaban la una de la otra desde hace años, a pesar de la diferencia de edad.

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