viernes, 30 de agosto de 2013

Miriam (14)

Bien Do... buenos días (o tardes), tras tantas semanas de parón literario, vuelvo a escribirte. Como te habrás percatado ya voy a continuar con la historia de Miriam, No sé que va a salir de esto, pero bueno, por lo menos quiero intentarlo. Tengo un problema, y es que esta historia me tiene algo desmotivada (sobre todo por las ansias que tengo de empezar con ''Anegélica'') y por primera vez dudo si debería continuar con ella... yo creo que si, por ello aquí va la primera entrada del curso. Miriam, parte 14.
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La noche tardó en llega lo mismo que tarda en Sol en dormir. El día fue bastante lago pero al menos nadie se aburrió. Acudieron a misa todos juntos y Julia, como de costumbre, era la más impoluta de todas. No obstante la fuerte belleza arrolladora de su hermana mayor casi le hacía frente, pues era la sencillez personalizada, junto a ese olor pre-adolescente y unos pechos que comenzaban a formarse, insinuándose bajo la blusa de volantes blancos. A juego con ello y a la luz del medio día, una falda plisada hasta las rodillas dejaba ver las piernas de la muchacha, para desagrado de la familia de Miriam, que acudían impolutos al sermón del párroco, con los soellos bien tapados y las mujeres, a partir de la primera regla, con el rostro semioculto por un velo.
La iglesia estaba situada en la plaza más al sur de Al-Sófobi, cerca de un kilómetro y medio de la casa de los Pianistas. En la parte exterior la gente hablaba y se entretenía, reían mientras escuchaban a las campanas tronar en todo el pueblo. Jimmy había visto varias parroquias encajonadas entre las desastrosas casas, pero supuso que los domingos la familia entera acudía al centro para celebrar el nacimiento de cristo, no daba crédito a lo religioso que era Federico y lo cumplidora que era su mujer; a pesar de que todo el pueblo parecía aclamar esa devoción por Dios y por la iglesia.
Cuando María vislumbró a Inés tan solo dijo:
-A partir del próximo domingo te pondrás un velo, es imprescindible para una joven de tu edad
-Por supuesto qué lo haré, descuide- contestó Inés en voz baja -si no lo he hecho antes es porque en mi ciudad no es costumbre
-¿Las mujeres van enseñando la cara en misa?- preguntó un atónito Rafa, que iba amarrado de la mano de Miriam.
-Por supuesto- se adelantó Pilar -y también hay Mezquitas
-¿''Menquitas''?, ¿Y eso que es?
-''Menquita'' no, palurdo, Mez-qui-ta- replicó Julia, burlona, que consiguió que el pequeño de la familia contraria le sacara la lengua.
-Es donde los musulmanes van a rezar a su Dios- explicó Miriam, sin darse cuenta de la cara sorprendidida de su padre, que no imaginaba como su hijo había accedido a dicha información.
-¿Y eso como lo sabes?- intervino secamente Federico.
-Puess...
-¡Yo se lo expliqué!- saltó la comadrona, en defensa del pequeño -necesitaba explicarle que había sido de los descendientes que crucificaron a Cristo, Nuestro señor.
Miriam respiró tranquilo, por poco no descubren su afición a leer libros prohibidos.
-¿Y esos hombres por qué no creen en Dios?- insistió el curioso Rafa.
-Si, pero creen en el suyo- dijo pacientemente Pilar.
-¿Osea, que hay muchos Dioses?
-¡YA BASTA!- gritó María -este no es tema para hablar con los niños, Pilar- estaba visiblemente molesta -sólo existe un Dios, el padre de Cristo, los demás no son reales, ¡¿Queda claro?!- pregunto al pequeño, que se limitó a asentir humildemente -y no quiero volver a oír hablar de este tema, ¿entendido?- añadió, dirigiendo una dura mirada a la madre de Miriam, que también asintió.
Por lo demás el día fue tranquilo, y el incidente ocurrido de camino a la iglesia había quedado olvidado a los pocos minutos, a pesar de la seriedad en la cara de todo el grupo, en especial de los más pequeños. Solo Federico parecía estar muy a gusto con el sol frío calentando su sonrisa disimulada.
Aquella Casa de Dios era humilde, y en el suelo granos de arroz y pedazos de flores secas se colaban entre los surcos de las piedras que lo componían, seguramente fuese el resto de una boda celebrada hacía pocos días. La fachada estaba desconchada y el blanco era incierto, pues el duro sol de verano y la copiosa lluvia de otoño degradaban las casas con increíble rapidez. El campanario era el edificio más alto de todo el pueblo, y enormes campanas de bronce oscurecido por los años continuaban con un constante badajo mientras que, abajo, en la placita, los amigos y compañeros de trabajo de los Basketville, (la familia de los Pianistas), compartían saludos y un goteo de conversaciones livianas y alegres.

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