martes, 12 de abril de 2016

Ratas.

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   Éramos dos ratas en una ciudad infecta, vagabundeando de alcantarilla en alcantarilla, escapando de cada farola que iluminaba los adoquines empapados por la lluvia. Éramos raros animales en peligro de extinción, asustados, viviendo toda prisa, escapando, corriendo cada cual nuestros propios fantasmas del pasado, tratando de rozar con la yema de los dedos un futuro mejor, aunque sabíamos que era inalcanzable. La cloaca era nuestro hogar y nuestro somier agua podrida, eso era inalterable.

 Jugábamos a ser amantes, a besarnos, a escondernos bajo miserables portales de la tormenta que el cielo descargaba sobre nuestras cabezas, cabezas llenas de piojos e ideales baratos que no nos llevarían a nada. Quemando diarios para buscar calor con el que calentarnos las manos, quitándonos las pulgas el uno al otro. Tú y yo éramos alimañas cubiertas por polvo y ponzoña, la mugre de la calle se nos había quedado pegada a la piel y nos había calado hasta los huesos. Por desgracia éramos ya parte inseparable del paisaje gris de esa descomunal metrópolis contaminada, tóxica, radiactiva y falta de humanidad...allí habíamos nacido, y allí moriríamos devorados por viscosos gusanos y crujientes cucarachas.
 Bajo nuestra uñas la suciedad era visible, una masa negra y repulsiva, olíamos a cadáver, pus y excrementos. Estábamos casi tan podridos por fuera como por adentro, dábamos auténtico noxo. Y si alguien los veía caminar se cambiaba rápidamente de acera tratando deevitarnos, acechábamos los contenedores de basura en busca de algo que llevarnos a nuestras bocas, llenas de caries y con el mismo aliento que tiene muerto tras días expuesto al sol.
 Las legañas no los dejaban ver mas allá de nuestra nariz, en nuestro cerebro zumbaban palabras de libertad y revolución, que caerían por su propio peso hasta el vacío más absoluto, en la negrura más solitaria, olvidadas. Nuestros puños en alto, los gritos de júbilo y excitación adolescente quedaron ensordeciodos por el vai-ven de los camiones en la carretera. Teníamos las ojeras carcomidas de juventud y la necrosis acunada en nuestros rostros de escoria y desaliento.
 Éramos alimañas, ratas de ciudad y alcantarilla jugando a ser parte de la historia, jugando a querernos a nosotros mismos, entre nosotros y a nuestra causa. Sobre todo jugábamos a eso: a creernos nuestra causa. 

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